domingo, 23 de marzo de 2014

Alto al dolor.
Se ha encontrado que nuestras creencias y emociones desempeñan un papel importante en la percepción del dolor, lo que ya se empieza a aprovechar en la psicología para ayudar a personas que sufren dolor crónico. Pero ¿por qué es así? Esto es lo que buscan responder investigadores en neurobiología.

El dolor es una experiencia ineludible.
Todos hemos tenido esa desagradable sensación, que va desde una molestia poco localizada hasta un terrible malestar manifiesto, punzante, que puede durar desde unos minutos hasta varios años. Pese al sufrimiento que provoca, el dolor es vital para supervivencia. Como parte importante del sistema de defensa del organismo, nos impulsa a rehuir circunstancias que podrían hacernos daño provocando el reflejo de retirarnos, de proteger una parte de nuestro cuerpo cuando está lastimada y de evitar en el futuro la situación que produjo la lesión.

Físico y social.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada con una lesión hística (de los tejidos) real o potencial, o que se describe como ocasionada por dicha lesión”. Esta definición se aplica específicamente al dolor físico, aunque existe también el dolor social; es decir, el sufrimiento emocional provocado por un daño o por la amenaza de una ruptura o alejamiento de las personas queridas o del círculo social. En ambos casos, es personalizado, subjetivo, y cada individuo aprende a asociarlo con sus propias experiencias.

El dolor físico es asimismo una experiencia emocional, precisamente porque implica una sensación desagradable. El dolor normalmente se divide en agudo y crónico, tanto por su duración como por los mecanismos fisiopatológicos que lo generan. El dolor agudo es la consecuencia inmediata de un daño en tejidos o vísceras, o bien, el aviso de algún problema orgánico urgente, y lo origina la activación del llamado sistema nociceptivo, formado por neuronas especializadas en detectar la señal tras un estímulo nocivo que puede ser químico (como poner limón en una herida), mecánico (una fractura ósea), térmico (una quemadura) o de presión (un apretón de manos demasiado fuerte). El dolor agudo es autolimitado: generalmente desaparece con la lesión que lo originó, tras cumplir su función de protección biológica. Sin embargo, en algunas ocasiones persiste a pesar de haberse eliminado el estímulo, o aun cuando el daño parece haber sanado. También puede haber dolor en ausencia de estímulos nocivos, daños o enfermedades detectables (dolor idiopático). En otros casos, el dolor se debe a lesiones del sistema nervioso relacionado con las sensaciones (dolor neuropático). E incluso puede existir dolor en una extremidad amputada, lo que se conoce como dolor del miembro fantasma.

Dolor sin fin.

Cuando el dolor dura más de tres meses pese a la atención médica o psicológica especializada, se conoce como dolor crónico. El dolor persistente conlleva niveles elevados de alteraciones e incapacidad acumulada, acompañada de estados emocionales negativos y una pobre calidad de vida; afecta el funcionamiento emocional, cognoscitivo, social y laboral de las personas, además del funcionamiento físico. 

1 comentario:

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