Alto al dolor.
Se ha encontrado que nuestras
creencias y emociones desempeñan un papel importante en la percepción del
dolor, lo que ya se empieza a aprovechar en la psicología para ayudar a
personas que sufren dolor crónico. Pero ¿por qué es así? Esto es lo que buscan
responder investigadores en neurobiología.
El dolor es una experiencia ineludible.
Todos hemos tenido esa
desagradable sensación, que va desde una molestia poco localizada hasta un
terrible malestar manifiesto, punzante, que puede durar desde unos minutos
hasta varios años. Pese al sufrimiento que provoca, el dolor es vital para
supervivencia. Como parte importante del sistema de defensa del organismo, nos
impulsa a rehuir circunstancias que podrían hacernos daño provocando el reflejo
de retirarnos, de proteger una parte de nuestro cuerpo cuando está lastimada y
de evitar en el futuro la situación que produjo la lesión.
Físico y social.
La Asociación Internacional
para el Estudio del Dolor lo define como “una experiencia sensorial y emocional
desagradable, asociada con una lesión hística (de los tejidos) real o
potencial, o que se describe como ocasionada por dicha lesión”. Esta definición
se aplica específicamente al dolor físico, aunque existe también el dolor
social; es decir, el sufrimiento emocional provocado por un daño o por la
amenaza de una ruptura o alejamiento de las personas queridas o del círculo
social. En ambos casos, es personalizado, subjetivo, y cada individuo aprende a
asociarlo con sus propias experiencias.
El dolor físico es asimismo
una experiencia emocional, precisamente porque implica una sensación
desagradable. El dolor normalmente se divide en agudo y crónico, tanto por su
duración como por los mecanismos fisiopatológicos que lo generan. El dolor
agudo es la consecuencia inmediata de un daño en tejidos o vísceras, o bien, el
aviso de algún problema orgánico urgente, y lo origina la activación del
llamado sistema nociceptivo, formado por neuronas especializadas en detectar la
señal tras un estímulo nocivo que puede ser químico (como poner limón en una
herida), mecánico (una fractura ósea), térmico (una quemadura) o de presión (un
apretón de manos demasiado fuerte). El dolor agudo es autolimitado:
generalmente desaparece con la lesión que lo originó, tras cumplir su función
de protección biológica. Sin embargo, en algunas ocasiones persiste a pesar de
haberse eliminado el estímulo, o aun cuando el daño parece haber sanado.
También puede haber dolor en ausencia de estímulos nocivos, daños o
enfermedades detectables (dolor idiopático). En otros casos, el dolor se debe a
lesiones del sistema nervioso relacionado con las sensaciones (dolor
neuropático). E incluso puede existir dolor en una extremidad amputada, lo que
se conoce como dolor del miembro fantasma.
Dolor sin fin.
Cuando el dolor dura más de
tres meses pese a la atención médica o psicológica especializada, se conoce
como dolor crónico. El dolor persistente conlleva niveles elevados de
alteraciones e incapacidad acumulada, acompañada de estados emocionales
negativos y una pobre calidad de vida; afecta el funcionamiento emocional,
cognoscitivo, social y laboral de las personas, además del funcionamiento
físico.
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